Te presentamos a Ingvar Kamprad

El niño que jugaba a los negocios.

¿Cómo consiguió un chico normal y corriente de Älmhult convertirse en uno de los emprendedores con más éxito del mundo? El ingenio y la constancia típicos de las personas de Småland son solo parte de la respuesta. Ingvar Kamprad fue, en gran medida, el resultado de una infancia repleta de amor e imaginación. Una infancia en la que los adultos tenían tiempo para jugar y escuchar. Un mundo seguro rodeado de bosques y terrenos poco fértiles. El lugar ideal para jugar a hacer negocios.

Ingvar Kamprad nació en 1926 en Älmhult, donde creció acompañado de su hermana pequeña Kerstin, su madre Berta y su padre Feodor. Durante los primeros años, Ingvar y su familia vivieron en Majtorp, la granja familiar de su madre Berta. Para llegar a fin de mes, debían saber ahorrar y tener ingenio, cualidades con las que Berta contaba. Una mujer atenta y práctica que, según Ingvar, recibía el cariño de todos. Y el abuelo materno de Ingvar, Carl Bernhard Nilsson, era igual de encantador. Además, tenía el cuarto de juegos ideal para un niño: una ferretería. La tienda CB Nilssons era un paraíso que olía a arenque y cuero y donde se vendía de todo, desde clavos y dulces hasta dinamita. Y detrás del mostrador estaba el mejor compañero de juegos del mundo: su abuelo. Ingvar podía pasarse días enteros jugando allí con él. Aunque a veces tenía que salir a hacer algún recado, no se lo pedían muy a menudo, de modo que podía dedicarse a jugar y dejar volar su imaginación. Al abuelo de Ingvar se le daba muy bien jugar, y adoraba a su pequeño nieto Ingvar.

Dos niños pequeños (Ingvar Kamprad y su hermana Kerstin) juegan con un cochecito de madera un día de verano.
Foto familiar de los Kamprad al aire libre en 1936: Ingvar, Kerstin, su madre Berta y su padre Feodor.
Jugar, jugar y jugar. Jugar a llevar el negocio de la ferretería de pueblo de su abuelo y hacer recados, sobre todo por diversión. Vender cerillas y pescado a su abuela. Pedalear por los caminos rurales de Småland llevando bolígrafos y tarjetas navideñas, o cinturones y lápices, en la rejilla de la bicicleta. Gracias a una infancia llena de juegos, al instinto emprendedor de Småland y a todo el amor que recibió, Ingvar fue un niño con mucha imaginación. Y este ingenio terminó por traducirse en algo extraordinario. Izquierda: Ingvar y su hermana Kerstin, aprox. en 1932. Derecha: la familia Kamprad en 1936.

Pero ¿qué hay de Feodor, el padre de Ingvar? De lunes a viernes trabajaba en la granja familiar en Elmtaryd, a 20 kilómetros de distancia. La granja tenía 449 hectáreas; los padres de Feodor, Franziska y Achim Kamprad, la habían comprado en 1894. Los abuelos paternos de Ingvar eran inmigrantes (Franziska procedía de la parte germanohablante del Imperio Austrohúngaro y Achim era de Sajonia, que formaba parte de Alemania). La pareja había decidido abandonar sus regiones natales y probar suerte en la región de Småland, en el sureste de Suecia. «La abuelita Fanny» –Franziska Kamprad– se había hecho cargo de la granja tras quedarse viuda a los tres años de llegar a Suecia. Su marido, Achim, abuelo de Ingvar, se suicidó al ver que la situación económica de la familia parecía irremediable, dejando atrás a Franziska, madre de dos hijos y con otro en camino. Todos la recuerdan como una mujer de carácter fuerte y obstinado, cualidades que probablemente la ayudaran a salvar la granja. El año que Ingvar cumplió siete años, la familia al completo se mudó a la granja Elmtaryd, donde la abuela Franziska colmaría de atenciones a su nieto. A pesar de ser muy dura con casi todos los que la rodeaban, adoraba a Ingvar.

Foto de estudio a finales del siglo XIX de una joven y elegante pareja: los abuelos paternos de Ingvar Kamprad en Alemania.
La abuela paterna de Ingvar Kamprad, Franziska, llegó a Suecia procedente de Alemania con su marido Achim Kamprad en 1896, y se instaló en la granja Elmtaryd, a las afueras de Älmhult. El propio Ingvar ha admitido que tener una relación tan estrecha con su abuela tuvo efectos contraproducentes, ya que fue un factor clave en su decisión de unirse al movimiento nazi en su adolescencia. En años posteriores se distanció de esta postura y se disculpó en repetidas ocasiones por su participación en dicho movimiento, diciendo que en ese momento estaba «perdido» y que había sido «el mayor error» de su vida.

Si el abuelo Carl Bernhard había sido cariñoso y un divertido compañero de juegos, la abuela Franziska era mucho más severa y estricta. Pero ambos tenían en común su amor por Ingvar. Su abuela le animaba en todos sus intentos por ganar dinero y jugar a tener un negocio. Era su mejor clienta cada vez que aparecía con cajas de cerillas, tarjetas navideñas, revistas o peces que había pescado él mismo. A Ingvar le encantaba la pesca, pero comprendió que pescaría mucho más si utilizaba una red. Ahora bien, las redes eran caras, así que Ingvar pidió a su padre Feodor que le comprara una, y que, a cambio, le daría una comisión de los beneficios que obtuviera de la pesca. Cuando Ingvar empezó a vender semillas, le fue tan bien que pudo comprarse una bicicleta y una máquina de escribir. La máquina de escribir le resultó muy útil cuando empezó a llevar un registro de clientes, y la bici era ideal para entregar pedidos en la zona local. Quizá fuera por esa época, mientras iba con su bici cargada de semillas y tarjetas navideñas, cuando supo que quería dedicarse a los negocios. En la granja Elmtaryd no sobraba el dinero, y Feodor, el padre de Ingvar, siempre hablaba de las mejoras que convendría hacer si pudieran permitírselo. Su madre Berta, que era la más avispada de los dos, alquilaba habitaciones en la granja para tener un ingreso adicional. Ingvar era consciente de todo ello y, a los diez años, comenzó a pensar más y más en la necesidad de ganar dinero. Pero ¿cómo?

Si fabricar era tan barato, ¿por qué los productos se volvían tan caros en cuanto salían de la fábrica?

El propio Ingvar Kamprad dijo alguna vez que, ya a los diez o doce años, empezó a preguntarse por qué había tanta diferencia entre los precios de las fábricas y los de las tiendas. Cuando le compraba lápices a su mayorista, le costaba cada uno media corona sueca (0,0005 €). Pero en el ultramarinos un lápiz costaba 10 coronas (0,01 €), es decir, ¡veinte veces más! Si eran tan baratos de fabricar, ¿por qué se volvían tan caros en cuanto salían de la fábrica? ¿Por qué se ralentizaba tanto ese viaje final desde la fábrica, cuando lo importante era que el proceso de fabricación fuera lo más eficiente posible? El joven Ingvar comprendió que la distribución era un problema fundamental, y además muy caro.

Tanto los padres de Ingvar como la abuela paterna Fanny le animaron a hacer realidad su sueño de dedicarse a los negocios. Cuando fue a estudiar a un internado de Osby, a unos 20 kilómetros al sur de Älmhult, siguió haciendo negocios, pero ahora los clientes pasaron a ser sus compañeros de clase. Bajo la cama de su dormitorio guardaba siempre una caja marrón llena de cinturones, carteras, relojes de pulsera y lápices para vender. En la primavera de 1943, antes de marcharse a Gotemburgo para estudiar el bachillerato empresarial, le dijo a su familia que quería poner en marcha su propia pequeña empresa. Pero solo tenía diecisiete años y era menor de edad, así que necesitaba permiso de un tutor. Y lo consiguió. La tarifa de registro de la compañía fue el regalo de fin de curso que le hizo su padre Feodor a Ingvar. Y fue un dinero bien invertido. Así fue como el 28 de julio de 1943 quedó registrada la compañía IKEA, iniciales de Ingvar Kamprad Elmtaryd Agunnaryd.

Una mujer sentada en los escalones con un niño en las rodillas: Berta Kamprad y su hijo Ingvar, con ropa de los años treinta.
A Berta, madre de Ingvar, se le diagnosticó un cáncer a comienzos de los años cincuenta. Fue un momento muy duro para la familia, e Ingvar se propuso hacer algo positivo, de modo que puso en marcha el Fondo Berta Kamprad para la lucha contra el cáncer. Por desgracia Berta no superó la enfermedad y murió en 1956, a la edad de cincuenta y tres años. Tras la muerte de su madre, Ingvar siguió recaudando fondos para la lucha contra el cáncer a través de su fundación, y en 1968 creó la Fundación contra el cáncer Berta Kamprad con el fin de apoyar la investigación y el tratamiento de las enfermedades relacionadas con el cáncer. Desde su nacimiento en 1986, la Fundación ha donado más de 400 millones de coronas suecas (unos 35 millones de euros) a la investigación y el tratamiento de esta enfermedad, financiando proyectos de investigación sobre el cáncer de mama, el cáncer de próstata, el cáncer de pulmón y el melanoma maligno.

¿Fue Ingvar Kamprad producto de un matriarcado? En su vida hubo dos figuras femeninas muy fuertes: su madre Berta, una mujer con recursos, que quiso a Ingvar con cariño y siempre lo apoyó, y su estricta abuela Franziska, que fue su clienta habitual y le compraba todo tipo de artículos, desde cerillas hasta pescado. ¿O fue su abuelo materno, tan divertido, con su apasionante tienda de clavos y dinamita, la gran inspiración de Ingvar? Algunas historias tratan de personas que han empezado desde cero. Pero ese no fue el caso de Ingvar: sus primeros años estuvieron llenos de creatividad, amor e imaginación.

En 1943 comenzó la aventura IKEA, y los años siguientes estuvieron repletos tanto de éxitos como de desastres, trabajo duro y una fuerte identidad familiar. Y en algún momento de este proceso, poco a poco, empezaron a cobrar forma las ideas de Ingvar sobre distribución eficiente y producción inteligente.

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