A finales de los ochenta, IKEA empezó a vender perritos calientes en algunas de sus tiendas de Suecia. ¿Y qué pasó? Han pasado casi cuarenta años y muchas de las personas que intervinieron en ello no se acuerdan muy bien… Pero Chatarina Berglund, de Mjölby, Suecia, sí. En 1983, Chatarina llevaba tres veranos consecutivos trabajando en IKEA. Aquel fue un verano caluroso, y ella trabajaba en el mostrador de helado que había cerca de las cajas de salida. Las colas eran muy largas a todas horas, y un buen día alguien preguntó: «¿Solo vendéis helados? ¿No tenéis perritos calientes o algo parecido?».
¿Te van los perritos calientes?
Un asunto candente
¿Cuántas maneras hay de mejorar un perrito caliente? Muchas, al parecer. A mediados de los noventa, IKEA se dio cuenta de que el perrito caliente era un símbolo perfecto de buena calidad y precio asequible. Tal vez sea mucho pedir de una modesta salchicha, pero se convirtió en pieza importante del puzle cuando se desarrollaban productos innovadores y atrevidos. Empecemos por el principio, cuando un perrito caliente no era más que un perrito caliente.
Eso le dio una idea. «Yo era bastante tímida y novata, pero en un descanso del turno de tarde fui a ver al encargado del restaurante, Lars Eriksson», recuerda. Chatarina le preguntó si podía llevarse unos cuantos bollos y salchichas del restaurante al puesto de helados, para ver qué tal se vendían. Lars tuvo dudas al respecto, pero al día siguiente se presentó con un carrito equipado con una pequeña cocina portátil, una sartén, una bolsa de salchichas y bollos. Y mostaza y kétchup, claro.
Probando sobre la marcha
Para Chatarina fue un momento de inspiración y energía. Que hubieran tomado en serio su idea y le confiaran una nueva iniciativa supuso mucho para ella. «Los perritos calientes se agotaron, y al día siguiente volví al restaurante a por más, muy contenta y orgullosa».
«En Linköping fue la idea de una empleada lo que hizo que empezáramos a vender perritos calientes».
Lars, el encargado del restaurante, fue a ver a Chatarina una semana después y le entregó un sobre blanco. Era una entrada para ir al cine, en agradecimiento por su compromiso e iniciativa. «A mis veinte años, ¡aquello me hizo mucha ilusión! Lars encargó muchos más perritos calientes, y poco después instalaron un fuego más grande en el puesto».
El que entonces era director del restaurante se acuerda muy bien de Chatarina y sus perritos calientes. «No sé si en otras tiendas de IKEA tuvieron ideas parecidas por aquella época, pero en Linköping fue la idea de una empleada lo que hizo que empezáramos a vender perritos».
La fiebre del perrito caliente
No está muy claro cómo se extendieron las ventas de perritos calientes por todo IKEA en Suecia; en todo caso, tanto la tienda de Linköping como la de Jönköping vendieron grandes cantidades a finales de los ochenta. En Jönköping se servían las salchichas sobre una pequeña bandeja de cartón, al estilo danés. Pero Ingvar Kamprad era más partidario de que IKEA vendiera sus perritos al clásico estilo sueco, con un bollo. Ingvar insistió en que un perrito en IKEA debía costar mucho menos, casi incluso la mitad, que los que vendían en los puestos del centro de la ciudad.
El público debía quedarse sorprendido de lo asequibles y deliciosos que eran. Y no valía cualquier tipo de salchicha: tenía que estar a la altura de una frankfurter. Debía ser la forma perfecta de rematar una visita a IKEA. Por muy mareado que estuvieras con tanto sofá y tanta sartén, siempre tendrías un perrito caliente esperándote a la salida… y por solo 50 céntimos. Ni 1 euro, y mucho menos 1,20 euros.
Cada vez que en alguna junta directiva intentaban subir el precio con sutileza, aunque fuera solo un poco, Ingvar se resistía firmemente. «¡Ni hablar!», gritaba al oír semejante tontería.
Precios bajos con un sentido
La idea de vender mucho más barato un producto cuyo precio conocía casi todo el mundo era fundamental, y mientras pensaban toda la propuesta del perrito caliente, el propio perrito pasó a simbolizar el propio concepto de IKEA. ¿Y si se pudiera reducir el precio de otros productos con un precio ya conocido, como el de un perrito?
«No debería costar más que las monedas sueltas que lleva la gente en los bolsillos», declaró Ingvar. Debía ser un producto como los del supermercado, que se compran a menudo y cuyo precio conoce todo el mundo. IKEA debía hacer el mayor esfuerzo posible con estos «perritos calientes» y lograr precios tan bajos que parecieran imposibles, eligiendo para ello desde los materiales hasta las técnicas de producción más adecuadas.
Ingvar buscaba que los colaboradores y colaboradoras desarrollaran una especie de «mentalidad del perrito caliente».
Lo que Ingvar buscaba era que los colaboradores y colaboradoras desarrollaran una especie de «mentalidad del perrito caliente». Y para comunicar esta metáfora, Ingvar hizo lo que siempre solía hacer: escribió una carta a mano a las personas que él creía que podían hacer algo al respecto. En ella decía que los precios del surtido IKEA le parecían mediocres. ¿Y si IKEA pudiera demostrar que era casi insuperable a la hora de ofrecer buena calidad a precios bajos?
«¡¡¡Tenemos que demostrar que IKEA logra lo imposible!!! Una buena tabla de cortar por diez coronas (1 €) se puede conseguir si unimos todas nuestras fuerzas durante el proceso», escribió Ingvar, y concluyó rotundamente: «¡Sería magnífico tener una docena de productos con precios tan imposibles como el del perrito caliente!».
Tazas de café con «mentalidad de perrito caliente»
Ingvar quería que su equipo analizara los precios que ponía la competencia a las tazas de café, los escurridores de platos y las macetas. Que se fijara en esos productos que todas las personas conocían y cuyo precio aproximado era bien sabido. Aquí es donde IKEA podía distinguirse de verdad: ofreciendo calidad frankfurter a un precio muy bajo.
El perrito caliente resultó ser un buen símbolo del pensamiento innovador en el desarrollo de producto, y sirvió de inspiración para todo tipo de artículos. Hoy, cuando los diseñadores de productos hablan de una gama, todavía sale a relucir el perrito caliente.
Entrañables recuerdos de perritos calientes
El perrito caliente siguió siendo un gran favorito de Ingvar. Tanto es así que, cuando en 2004 fue nombrado Caballero de la 12º Orden de los Serafines, el perrito hizo una aparición inesperada en su discurso de bienvenida. Dijo a los miembros de la realeza presentes y a otros dignatarios: «Solo quiero añadir que, en IKEA, una buena salchicha frankfurter con pan solo cuesta cinco coronas (0,50 €)».
Chatarina Berglund también guarda un recuerdo entrañable de los perritos. Después de aquel caluroso verano, dejó de vender helados y perritos calientes y pasó a hacer otras cosas. Por ejemplo, dedicar sus vacaciones estivales y fines de semana, mientras estudiaba para ser profesora, a vender artículos de vidrio y porcelana en el departamento Accenten de IKEA. Pero, por supuesto, a veces disfrutaba de un perrito y un helado bien espolvoreado a la hora del almuerzo.
«Siempre les he dicho a mis hijos que yo fui la inventora del perrito caliente de IKEA». Más tarde, cuando leí un libro sobre las ideas de Ingvar Kamprad en el que hablaba de vender perritos calientes a un precios asequible, me pareció una gran idea. ¡Me gustaría haberlo conocido!»