A finales de los ochenta, IKEA empezó a vender perritos calientes en algunas de sus tiendas de Suecia. La primera fue la ciudad sureña de Jönköping y, tras un arranque incierto, todas las tiendas de Suecia acabaron teniendo una zona de perritos calientes a la salida de las cajas. Ingvar insistió en que un perrito en IKEA debía costar mucho menos, casi incluso la mitad, que los que vendían en el centro de la ciudad. El público debía quedarse sorprendido de lo asequibles y deliciosos que eran. Y no valía cualquier tipo de salchicha: ¡tenía que estar a la altura de una frankfurter! Debía ser la forma perfecta de rematar una visita a IKEA. Por muy mareado que estuvieras con tanto sofá y tanta sartén, siempre tendrías un perrito caliente esperándote a la salida… y por solo 50 céntimos. Ni 1 euro, y mucho menos 1,20 euros. Siempre que en alguna junta directiva intentaban subir el precio con sutileza, aunque fuera solo un poco, Ingvar no cedía. «¡Ni hablar!», gritaba al oír semejante tontería.
¿Te van los perritos calientes?
Aprendiendo a través de los retos.
¿Cuántas maneras hay de mejorar un perrito caliente? Muchas, al parecer. A mediados de los noventa, IKEA se dio cuenta de que el perrito caliente era un símbolo perfecto de buena calidad y precio asequible. Tal vez sea mucho pedir de una modesta salchicha, pero se convirtió en pieza importante del puzle cuando se desarrollaban productos innovadores y atrevidos. Empecemos por el principio, cuando un perrito caliente no era más que un perrito caliente.
La idea de vender mucho más barato un producto cuyo precio conocía todo el mundo era fundamental, y mientras pensaban toda la propuesta del perrito caliente, el propio perrito pasó a simbolizar esa idea. ¿Y si se pudiera reducir el precio de otros productos con un precio ya tan conocido como el de un perrito caliente? «No debería costar más que las monedas sueltas que lleva la gente en los bolsillos», declaró Ingvar. Debía ser un producto como los del supermercado, que se compran a menudo y cuyo precio conoce todo el mundo. IKEA debía volcar todas sus energías en estos «perritos calientes» y lograr precios tan bajos que parecieran imposibles.
Lo que buscaba era que los colaboradores y colaboradoras desarrollaran una especie de «mentalidad del perrito caliente».
Para comunicar esta metáfora, Ingvar hizo lo que siempre solía hacer: escribió una carta a mano a las personas que él creía que podían hacer algo al respecto. En ella decía que los precios del surtido le parecían mediocres. ¿Y si IKEA pudiera demostrar que era insuperable a la hora de ofrecer buena calidad a precios bajos? «¡¡¡Tenemos que demostrar que IKEA logra lo imposible!!! Una buena tabla de cortar por un euro se puede conseguir si unimos todas nuestras fuerzas durante el proceso», escribió Ingvar, y concluyó rotundamente: «¡Sería magnífico tener una docena de productos con precios tan imposibles como el del perrito caliente!».
Lo que buscaba era que los colaboradores y colaboradoras desarrollaran una especie de «mentalidad del perrito caliente». Quería que su equipo analizara en el precio que ponía la competencia a las tazas de café, los escurridores de platos y las macetas. Fijarse en los productos que todas las personas conocían y sabían cuánto costaban. Aquí es donde IKEA puede distinguirse de verdad: ofreciendo calidad frankfurter a un precio muy bajo. El perrito caliente resultó ser un buen símbolo del pensamiento innovador en el desarrollo de producto, y sirvió de inspiración para todo tipo de artículos. Hoy, cuando los diseñadores de productos hablan de la gama, todavía se les oye hablar del perrito caliente.
El perrito caliente siguió siendo un gran favorito de Ingvar. Tanto es así que cuando fue nombrado Caballero de la 12º Orden de los Serafines, el perrito hizo una aparición inesperada en su discurso de bienvenida: «Solo quiero añadir que, en IKEA, una buena salchicha frankfurter con pan solo cuesta cinco coronas (0,5 €)».



