En diciembre de 1989, Rutger Ulterman estaba en una oficina de Bucarest (Rumanía) intentando cerrar un último contrato antes de salir corriendo hacia el aeropuerto. El Muro de Berlín acababa de caer, al igual que el régimen que había entonces en Checoslovaquia. El dictador rumano Ceaușescu seguía aferrándose al poder, y la situación era muy tensa.
«Nuestro Volvo 245 nos esperaba a la salida y teníamos que salir a las tres para tener tiempo suficiente de pasar los controles de seguridad en el aeropuerto», dice Rutger. «A las tres, nos hicieron un nuevo cambio en el contrato. A las tres y media bajamos corriendo por las escaleras, y el contrato se firmó en la capota del Volvo. Después atravesamos las calles vacías de Bucarest a 160 por hora. Por suerte no nos paró la policía, y conseguimos coger el último vuelo. Cinco días después, Ceaușescu fue ejecutado. Ese fue el gran final, el colapso definitivo del Bloque del Este».