La idea no sale airosa
Pero los informes que llegaban de las tiendas no eran tan alentadores. Los productos se habían vuelto demasiado caros, y alguien dijo que los sillones y los sofás parecían «un grupo de hipopótamos hinchados» en las zonas de exposición de muebles. La electricidad estática del plástico atraía partículas de polvo, y había que limpiarlos continuamente. Además, este mueble de peso pluma tendía a salir volando, y muchas veces los clientes lo cambiaban de sitio en la tienda. La directora de proyectos Lena Brandt Persson recuerda que los empleados estaban preocupados de que a.i.r terminara causando un accidente. «A los clientes les parecía tan divertido que hasta los adultos se ponían a saltar encima de los sofás».
Una vez en casa, los elementos de plástico debían ser rellenados con aire de un secador de mano antes de apretar la válvula para que el aire no se escapara. Hecho esto, colocabas la funda de tela, te sentabas y te relajabas. Por desgracia, muchos clientes se olvidaron de seleccionar el aire frío en sus secadores de mano. Y como el aire caliente ocupa más espacio que el aire frío, los muebles empezaban a desinflarse en cuanto el aire se enfriaba. Y encima, la válvula tenía fugas. Lo que el lunes era un sofá voluminoso y acogedor, el fin de semana era una masa de tela sin forma y llena de polvo. Y cuando te sentabas, el sofá hacía un ruido («pfft») muy poco glamuroso.
Así que la idea de IKEA a.i.r. no salió muy… airosa. El precio era demasiado alto, como lo fue también el número de devoluciones de clientes. Finalmente IKEA dejó de colaborar con SoftAir en septiembre de 1999, y compensó a la empresa económicamente. Toda la producción de muebles hinchables que se siguiera haciendo con la tecnología de Jan Dranger tendría lugar dentro de IKEA, con su nombre como autor del diseño.