Grandes errores

Sueños de aire y sofás que huelen raro.

Un secador encima de un sofá hinchable INNERLIG. Una funda de tela naranja envuelve uno de los brazos.
Un secador encima de un sofá hinchable INNERLIG. Una funda de tela naranja envuelve uno de los brazos.

A Ingvar le encantaba cometer errores, siempre que sirvieran para aprender algo y no se volvieran a repetir. «Cometer errores debe estar permitido. Las personas mediocres son siempre negativas y se pasan el tiempo demostrando que tenían razón», escribió en el Testamento de un comerciante de muebles en 1976. Tal como lo veía Ingvar, el miedo a equivocarse era «el enemigo del desarrollo» y «la base de la burocracia».

Y en IKEA, a lo largo de los años, se han cometido un montón de errores y aprendido lecciones que han costado mucho dinero. Algunos proyectos se detuvieron sobre la marcha, incluso antes de llegar a las tiendas o a los clientes. Pero otros sí que llegaron a ser lanzados, a veces con resultados tan desastrosos que IKEA tuvo que pedir disculpas o incluso retirar el producto .

A mediados de los noventa, el diseñador sueco de muebles Jan Dranger le hizo una sugerencia revolucionaria a Ingvar. Quería resolver uno de los grandes problemas que tenía IKEA: cómo crear sofás y sillones listos para montar. Simplificar el transporte y reducir costes había sido siempre la gran motivación de Ingvar, pero con los muebles tapizados con estructuras de madera pesadas era especialmente complicado.

Un hombre con camiseta naranja levanta un sofá azul con una mano para pasar la aspiradora por debajo.
Los sofás hinchables, ligeros como el aire y listos para montar, eran una especie de sueño para IKEA e Ingvar Kamprad.

Una historia hecha de aire

Desde los años sesenta ha habido intentos de producir muebles de diseño hinchables a gran escala. Un ejemplo fue cuando cuatro jóvenes profesionales del diseño, que seguían el movimiento italiano del Antidiseño, crearon el sillón Blow, un icono pop en PVC transparente, para la empresa Zanotta. El sillón fue descrito como un sueño para jóvenes modernos y urbanitas con un estilo de vida nómada: fácil de llevar en una mochila, de hinchar en cualquier parte y de volver a guardar cuando termina la fiesta.

En Suecia, los primeros muebles hinchables aparecieron en los años setenta gracias a una nueva empresa, Innovator, dirigida por dos emprendedores recién salidos de la Facultad de Artes, Oficios y Diseño: Jan Dranger y Johan Huldt. Sus sillones y colchones hinchables se vendían a través de la Unión de Cooperativas Suecas (KF), pero al igual que muchos otros muebles hinchables de la época, se deshinchaban poco a poco, por lo que pronto dejaron que fabricarse.

Un soplo de aire fresco

Jan Dranger se aferró a su idea de crear buenos muebles a partir del aire. En 1995, cuando se puso en contacto con Ingvar, Jan había puesto en marcha un nuevo concepto de mueble hinchable llamado SoftAir. Quería utilizar nuevas tecnologías y nuevos materiales, lo cual haría los muebles más resistentes y fáciles de utilizar. Una de sus innovaciones fue que ya no era necesario inflarlos con aire comprimido. Cualquiera podía inflar el nuevo mueble en casa con un secador de mano normal y corriente.

Ingvar tuvo una primera reunión secreta con Jan Dranger en su casa de verano, a las afueras de Älmhult. Tras reflexionar sobre ello junto a un pequeño equipo directivo de responsables del surtido y el negocio IKEA, Ingvar volvió a reunirse con Jan Dranger. Jan le mostró prototipos de sofás de plástico, sillones, sofás cama y taburetes, todos ellos hinchables, ligeros como el aire y fáciles de transportar en paquetes planos. A diferencia de otros muebles hinchables anteriores, estos productos irían también cubiertos de tela para conservar su forma e integrarse mejor en la mayoría de los hogares. Jan y su empresa SoftAir no querían revelar demasiados detalles sobre sus soluciones técnicas hasta haber firmado un contrato.

Un joven con peto, sentado en el suelo de un estudio fotográfico, hincha una almohada de plástico con un secador de mano.
Los muebles de plástico hinchables de poliolefina se podían hinchar fácilmente con un secador de mano.

«Trajeron unos cuantos sofás hinchables envueltos en bonitas fundas de colores. No nos dejaron mirar lo que había debajo, pero sí sentarnos en ellos. Eran algo parecido a un colchón hinchable o una cama de agua», recuerda Tomas Paulsson, por entonces director comercial de sofás y sillones.

Jan Dranger describió su innovación como el equivalente al rompedor concepto del reloj de pulsera, pero en el mundo de los muebles. En esa misma reunión Ingvar pensó que la idea era demasiado buena para desaprovecharla: ¡tal vez IKEA pudiera empezar a hacer muebles con aire! El potencial era enorme.

Ingvar analizó el concepto detalladamente con el equipo y compararon ventajas e inconvenientes. Al fin decidieron que valía la pena correr el riesgo. Pero antes de desvelar cómo acabo la cosa, rebobinemos y examinemos algunas grandes catástrofes de la historia de IKEA.

Sueños de sofás que se hicieron añicos

El método hinchable no era la primera vez que IKEA intentaba sin éxito hacer sofás desmontables. A finales de los años setenta, la empresa lo hizo inspirándose en los asientos de coches. Al fin y al cabo, un coche tiene dos sillones delante y un sofá detrás, todo ello realizado con una estructura metálica con asiento y relleno de respaldo de Pullmaflex, una especie de malla metálica que se puede ajustar para lograr distintos grados de comodidad y apoyo en las lumbares.

Gillis Lundgren muestra el sillón TULLANÄS a sus compañeros de IKEA.
Un entusiasta Gillis Lundgren, diseñador de IKEA, enseña a sus compañeros (entre ellos Håkan Thylén, Inga Brita Bayley y Ken Muff Lassen) el sillón TULLANÄS, inspirado en el sector de la automoción.

«IKEA pensó que si el sector de la automoción podía fabricar estructuras metálicas tapizadas por poco dinero, nosotros podíamos hacer algo parecido. Pero no pudimos», recuerda Lars-Ivar Holmqvist, del departamento de compras.

La idea era fabricar estructuras de acero para los sofás y los sillones. Estos se podían transportar en paquetes planos listos para montar; el cliente solo tenía que atornillar el mueble y cubrirlo con una funda. La estructura metálica de Pullmaflex se hizo en Suecia, y para ello fueron necesarias grandes inversiones y compras de material. Las fundas, en cambio, se hicieron en fábricas textiles de Corea del Sur que acababa de visitar Ingvar. Al volver comentó entusiasmado que «en Corea hacen abrigos y camisas de invierno muy buenos».

«Eso no es suficiente; pidamos 40 000».

IKEA normalmente mantiene un contacto muy estrecho con sus proveedores, sobre todo para los nuevos productos. Pero eso no resultaba fácil en Corea del Sur durante los años setenta; para ir desde Suecia hasta las fábricas de la Corea rural era necesario viajar varios días en aviones y trenes. «No podíamos seguir yendo allí para echar un ojo a lo que hacían», dijo uno de los directores de compras de aquella época, Svante Smedmark.

La serie se llamó TULLANÄS, y todos los que participaron en ella creían ciegamente en la idea. Cuando se hizo un pedido de 10 000 fundas de sofá, a Ingvar le pareció muy poco. «No, vamos a pedir 20 000», dijo. Y después alguien dijo: «No, no es suficiente, pidamos 40 000».

Las complicadas y casi incomprensibles instrucciones de montaje del sillón TULLANÄS de IKEA.
Las instrucciones de montaje de los sofás y sillones TULLANÄS han pasado a la historia como las más incomprensibles que ha hecho jamás IKEA.

Las estructuras metálicas, que se hicieron en Suecia, estuvieron listas enseguida. Mientras se esperaba a que llegaran las fundas de sofás y sillas de Corea del Sur, TULLANÄS fue promocionada por todo lo alto en el catálogo de comienzos de los ochenta. Pero cuando llegaron las decenas de miles de fundas de algodón acolchado, los colores variaban tanto que fue imposible poner a la venta los sofás y sillones TULLANÄS. Fue un verdadero desastre… pero no fue el único de la historia de IKEA.

El sofá de tierra para compostar en casa

En 1994 se lanzó el sofá de tierra RENO, una idea ecológica para que las familias sin jardín pudieran compostar en interiores. RENO fue lanzado con un vídeo de instrucciones: en él se ve a una familia alimentar un sofá de madera de residuos orgánicos, mientras un niño grita con entusiasmo: «¡Hala, huele a compost!».

Aparte del olor a podrido, el sofá de tierra exigía muchos cuidados. Había que colocar el papel de periódico en bandejas de plástico, y romper las cajas de huevos para que absorbieran la humedad entre los restos de comida. Y cada poco tiempo había que darle la vuelta y espolvorear tierra por encima. Cuando la familia tenía por fin un buen montón de compost en el sofá de la cocina, hacían su aparición los gusanos. Fue una decepción y un fracaso.

Vídeo de instrucciones del sofá de tierra RENO, con el que muchas familias que vivían en apartamentos podrían compostar en casa.

El desastre más pesado

Si los muebles hinchables han sido el error más ligero que ha cometido IKEA, la serie de pianos RENN fue quizá el más pesado. En 1970 IKEA empezó a vender pianos de vivos colores. Se compraban en Inglaterra, donde los fabricaba la marca RENN. Bajo ese mismo nombre se desarrollaron también tocadiscos y grabadoras de casete, que se lanzaron en el catálogo IKEA de 1972. Ingvar contó con Erik Andersson, un fabricante y afinador de pianos, para que le ayudara con el surtido. Erik tenía buenos contactos en el sector de fabricación de pianos, y sabía que en Japón se podían conseguir a precios razonables. ¡Perfecto! Pero durante el largo viaje hasta Suecia, las juntas de los pianos japoneses se despegaron. Los pianos llegaron desmontados y hubo que tirarlos. Los coloridos pianos ingleses, en cambio, sobrevivieron al viaje, pero cuando llegaron a las tiendas surgió un problema que nadie había tenido en cuenta. ¿Cómo se iban a llevar los clientes ese producto a casa? No podían meterlo en el maletero del coche. Lars-Ivar Holmqvist, uno de los responsables de compras de IKEA en aquella época, lo resume muy bien: «¡Fue un completo engaño! Era típico de IKEA meternos en algo de lo que no teníamos ni idea. No ganamos ni un céntimo con aquello. Pero en cierto modo fue gracioso, era típico de IKEA emprender algo completamente diferente a lo que solíamos hacer».

Familia joven: un hombre, una mujer y un niño en un cochecito miran los pianos expuestos en una tienda de IKEA en 1973.
Primer plano de un piano rojo; en él se lee: «RENN electronic».
La serie de pianos RENN ha sido el error más pesado de toda la historia de IKEA.

Soplando, soplando

Pero volvamos a las novedades hinchables. Tras las reuniones secretas en la casa de verano de Ingvar en 1995, las cosas progresaron con bastante rapidez. «Forma parte de la cultura de IKEA pensar de forma innovadora y correr riesgos, invertir en una buena idea y tener el deseo y el poder de crear algo bueno para la mayoría de las personas. Ingvar decidió lanzarse», dice Tomas Paulsson.

Saliéndose de sus prácticas habituales, IKEA firmó un contrato con Jan Dranger. Jan quería a toda costa proteger sus ideas, de modo que IKEA y SoftAir formaron una empresa nueva para desarrollar el producto acabado. IKEA invirtió mucho más dinero y asignó más fondos de desarrollo de lo habitual, con una motivación especial: poder ahorrar en costes de distribución si el proyecto tenía éxito. Los costes de compra de materiales para un sofá descenderían en un 85 %, y los volúmenes de transporte hasta en un 90 %. El material plástico, un tipo de poliolefina, era 100 % reciclable. Pero cuando los desarrolladores de producto de IKEA finalmente conocieron los datos técnicos, resultó que el mueble hinchable iba a costar mucho más de lo que indicaban los cálculos iniciales.

En el verano de 1997, el sillón ROLIG y el sofá INNERLIG fueron presentados ante la prensa mundial y en las tiendas de Estocolmo, Hamburgo y París. La serie se llamó a.i.r –Air Is a Resource (El aire es un recurso)– y fue recibida con interés y entusiasmo. En el diario sueco Dagens Nyheter, la columnista especializada en diseño Rebecca Tarschys dijo que IKEA no había reparado en gastos «para transmitir el mensaje de una nueva y próspera era del mueble, con piezas ligeras y ecológicas que se pueden llevar en la mano y guardar en un armario».

Catálogo de IKEA: un hombre eleva un sofá sobre su cabeza junto a un texto sobre muebles hinchables de la colección a.i.r.
IKEA a.i.r fue lanzada con mucha emoción en el catálogo IKEA 2000; el titular de la página dice: «Contenido: ¡nada!». Pero los informes que llegaban de las tiendas no eran tan alentadores.

La idea no sale airosa

Pero los informes que llegaban de las tiendas no eran tan alentadores. Los productos se habían vuelto demasiado caros, y alguien dijo que los sillones y los sofás parecían «un grupo de hipopótamos hinchados» en las zonas de exposición de muebles. La electricidad estática del plástico atraía partículas de polvo, y había que limpiarlos continuamente. Además, este mueble de peso pluma tendía a salir volando, y muchas veces los clientes lo cambiaban de sitio en la tienda. La directora de proyectos Lena Brandt Persson recuerda que los empleados estaban preocupados de que a.i.r terminara causando un accidente. «A los clientes les parecía tan divertido que hasta los adultos se ponían a saltar encima de los sofás».

Una vez en casa, los elementos de plástico debían ser rellenados con aire de un secador de mano antes de apretar la válvula para que el aire no se escapara. Hecho esto, colocabas la funda de tela, te sentabas y te relajabas. Por desgracia, muchos clientes se olvidaron de seleccionar el aire frío en sus secadores de mano. Y como el aire caliente ocupa más espacio que el aire frío, los muebles empezaban a desinflarse en cuanto el aire se enfriaba. Y encima, la válvula tenía fugas. Lo que el lunes era un sofá voluminoso y acogedor, el fin de semana era una masa de tela sin forma y llena de polvo. Y cuando te sentabas, el sofá hacía un ruido («pfft») muy poco glamuroso.

Así que la idea de IKEA a.i.r. no salió muy… airosa. El precio era demasiado alto, como lo fue también el número de devoluciones de clientes. Finalmente IKEA dejó de colaborar con SoftAir en septiembre de 1999, y compensó a la empresa económicamente. Toda la producción de muebles hinchables que se siguiera haciendo con la tecnología de Jan Dranger tendría lugar dentro de IKEA, con su nombre como autor del diseño.

Funda de almohada con forma de mariquita junto a una almohada de plástico deshinchada.
Primer plano de manos ajustando una funda con forma de mariquita en una almohada de plástico hinchada.
Almohada con forma de mariquita roja y negra y grandes ojos redondos.
Mientras IKEA se veía obligada a dejar de fabricar muebles hinchables para adultos, las ventas de productos para niños iban cada vez mejor. A los niños les encantaba jugar encima de suaves y enormes mariquitas y erizos.

Pero mientras se dejaban de fabricar esos muebles para adultos, los productos hinchables de IKEA y los niños tenían mucho éxito. En el catálogo IKEA de 2001 se lanzó el cojín para jugar y sentarse KELIG, al que pronto seguirían GONATT y SAGOSTEN. A los padres les gustaban las esquinas redondeadas de estos muebles y el hecho de que los niños pudieran moverse alrededor sin riesgo de hacerse heridas. Y a los niños les encantaba jugar encima de enormes mariquitas y erizos hinchables. Los técnicos finalmente lograron solucionar el problema de las fugas de la válvula, pero la relación calidad-precio seguía siendo desproporcionada. Los muebles hinchables costaban demasiado en comparación con otros productos infantiles.

«Era una idea demasiado buena como para no hacer la prueba, y si alguien iba a hacerlo, ¡solo podía ser IKEA!»
– Tomas Paulsson

En 2013 IKEA abandonó definitivamente el concepto a.i.r. Pero, a pesar de sus errores, a.i.r. trajo consigo algunas ventajas. El concepto generó un gran interés mediático y reforzó la imagen de IKEA como una empresa que hacía las cosas de forma diferente. IKEA se atrevía a correr riesgos e invertir en productos con un gran potencial, sobre todo para el medioambiente. La principal ventaja que se veía en círculos ecologistas era que el sofá de plástico hinchable, INNERLIG, solo usaba una sexta parte de los materiales de un sofá relleno convencional.

«Era una idea demasiado buena como para no hacer la prueba, y si alguien iba a hacerlo, ¡solo podía ser IKEA! Intentar lo que nadie ha intentado antes», explica Tomas Paulsson. «Lo intentamos, no funcionó, no nos rendimos, pero nunca llegamos a conseguirlo. Así que decidimos parar y asumir el coste. ¡No salió barato!»

Dos amigos y un poco de gomaespuma

El diseñador Gillis Lundgren tuvo una idea para ahorrar espacio al transportar cojines. IKEA vendería fundas de cojín vacías, y los clientes se encargarían de rellenarlas de gomaespuma. ¡Genial! Gillis es el más entusiasta en este vídeo, mientras que Ingvar Kamprad parece contemplar la innovación con más reservas.

Gillis Lundgren habla del relleno de gomaespuma para cojines con un escéptico Ingvar Kamprad.

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