A Ingvar le encantaba cometer errores, siempre que sirvieran para aprender algo y no se volvieran a repetir. «Cometer errores debe estar permitido. Las personas mediocres son siempre negativas y se pasan el tiempo demostrando que tenían razón», escribió en el Testamento de un comerciante de muebles en 1976. Tal como lo veía Ingvar, el miedo a equivocarse era «el enemigo del desarrollo» y «la base de la burocracia».